martes, 30 de octubre de 2007

.::SOY PALABRA::.



El sol tuesta las térreas superficies de Tracia. Pasan las muchachas con ánforas de aceite por entre los olivos, los hombres acerran sus polvorientos útiles, los niños juegan entre el modesto verdor de la tierra. Me ven llorar y piensan que soy desgraciado, que mi alma vomita en los brazos malabares de alguna antigua tragedia. No saben que estas lágrimas son gotas condensadas del vapor de mi alma ardiente.

Desde lo alto de este monte controlo el mundo. Las piedras y los árboles me siguen, el río canta conmigo, los cabellos se funde, la tierra sangra… Ardo todo entero dentro de mí, me reboso, me abro como flor esférica y me vuelco en torrente verbal hasta inundarlo todo incorporándolo, incorporándome. Nombro. Creo. Soy indestructible porque ya no vivo solo en mí. Soy palabra.

Yo pedí un amor en la distancia. Un amor que era oro divino, espontáneo como un trueno, nuevo, ajeno a todos los universos, sembrado tan tiernamente que no me di cuenta hasta que no me hubo invadido las mismas pupilas como una enredadera. Un amor tan suave que no lo parecía, tan eterno que era mi sangre.
Los demás besos empezaron a serme ásperos como hojas de parra, agua sin vino, tierra yerma y seca. Yo sólo quería la caricia nuclear de sus yemas y línea melancólica de sus ojos.
Yo perdí un amor en la distancia…
Mi palabra ya no era capaz más que de revolver. La escupía con desprecio, con silencio… y me consumía entre sílabas reventadas, cristales rotos clavándose en mi alma.
Yo perdí un amor en la distancia.
En su busca descendí a los infiernos. Sus paredes oleaginosas se me abalanzaban y me confundían en masa negra inespecífica.
Me sedujeron aquellos cantos a los que uní mi voz enronquecida, ladré y mordí con cerebro, bebí todas las sangres, toqué todos los huesos y fui oscuro rey tiránico de mi mismo, pisoteándome el alma hasta hundirla como una hoja arrugada en la base de mi interior. Y creí encontrarla en medio del negro torbellino. La besaba con locura, la retenía violento e intentaba llevármela conmigo, corriendo de la mano hacia la luz. Pero al acercarnos… ella desaparecía como el sabor de una nube que se deshace azotada por el viento. Yo volvía la cabeza y lanzaba mis pupilas como flechas en su busca. Volvía la cabeza, volvía la cabeza, siempre… y ella no estaba nunca.
Y cómo sufría…
Pensé… siempre proyectado, siempre fuera, siempre… palabras hacia algo, hacia mi destino adelante… o atrás, que se desvanece siempre al llegar para materializarse de nuevo lejos, como la tortuga perseguida por el atleta. Hombre… ¿qué vas a inventar ahora para volver a alejar tu felicidad?
Nunca más volví los ojos hacia ella. Me senté en este monte y corté el tendón con el pasado y la lejanía. Sin tensión, sin dolor.
Me fui. Me solté para fluir con el río de nuestra vida.
He purificado mi amor hasta hacerlo capaz de ser feliz con su recuerdo, con el verso que le escribo, con el llanto que me inspira… Al margen del mundo, al margen del espacio y el tiempo. He sembrado todo de ella con palabras y he recogido sus ojos en el cielo, su risa en el silencio, su boca en lo que pase por mi boca… La beso en el aire… el universo es ella, yo soy ella, somos uno, somos todo. Este es el regalo de los enamorados.
Ahora la amo sin quererla, vivo en la ambigüedad de la cópula universal entre Todo y Nada, el estado de plenitud vacía, la felicidad del bullicio vital dentro del mismo infinito: el instante eterno de cambio inmutable. Mi historia es mi creación, el mundo es mi creación: una dura granada inalterable, pero llena de vivos granitos; el equilibrio de millones de vientos cambiantes trazando la flor eterna del universo.
Por esto estoy aquí llorando. Desde lo alto de este monte controlo el mundo. Me llamo Orfeo. Soy palabra.

1 comentario:

Adarka dijo...

Este texto me pone los pelos de punta...